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“Con el Sol Adentro”



¡Que se vayan todosǃ, aquí no queda espacio para las penas y mucho menos los temores. –dijo el miedo apagando la luz para esconderse.


Era una noche o una madrugada, poco recuerdo, el reloj aún tenía la función de desesperarnos un poco cuando el dolor nos quema demasiado, o cuando el jamás vuelve arrepentido a tocarnos la puerta. La distancia en la esquina, siempre haciéndonos la mala jugada, nos acechan los olvidos prematuros, se disfrazan de recuerdos eternos.


Después de todo sólo nos queda abrir el corazón, dejar salir el llanto encerrado, alterar el ritmo, no seguir ningún compás.


El océano traspasó mi ventana y entre sus oleajes arrastraba consigo un mensaje:

“Haz sinfonías, crea tu propia música, dirige la orquesta, no seas como las cuerdas de la guitarra, que se tambalean en la espera de que alguien haga magia con su propia magia. Aprende de las flores, a abrirse y que todos, absolutamente todos detengan su mirada.”


Tal vez el Mar tenía razón, pero a fin de cuentas uno va dibujando el camino del color que le parezca y con la técnica que mejor nos defina.


La Acuarela, por ejemplo, guarda cierta simpatía

es dulce, tímida, suave, tierna, ama las fantasías.

El óleo, en cambio, tan fuerte, terco y a la vez tan sano

maquilla al realismo, mientras le da la mano.

El acrílico, un escéptico, romántico, loco, colérico,

a lo estático es alérgico.

Y el pastel, se desvanece, se esconde y reaparece,

en su propia luz, juega a perderse.


Tal vez todos llegamos a ser como el pastel, nos escondemos entre nosotros mismos, nos asusta resplandecer aunque sea un poquito, no sabiendo que el Sol y las estrellas nos persiguen, nos empujan día y noche a no apagarnos, a no dejar de vivir, a no dejar de florecer. Y es así como terminamos siendo artistas sin querer y asi queriendo, como si se tratase de algo inherente a nuestra persona.


Pero la luz, la luz es la maga, la chispa, la que nos regala el color en forma de ondas cortas y largas, nos toca la piel y sin importar la distancia, el tiempo, o el adiós, en su cromatismo nos envuelve.


Después de todo solo me queda decir una cosa,

Aprendí del dolor a hacer mariposas, y todas volaron, lejos de aquí.



Escrito por:

Bennalice Katz © Todos los derechos reservados.


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